He llegado a la cúspide de la montaña de mis sueños y encuentro todo cambiado. Nada es claro como me lo imaginaba. ¡Tanto trabajo me costó llegar hasta aquí! Y ahora esto. Aquello que solía llamar árboles, aquí no son árboles. Son enormes varas de aluminio. Mis lindos ruiseñores y colibríes no son más que mini robots volando alto, controlados por control remoto. La llanura verde y espesa es una especie de alfombra verde y amarillenta, sintética y áspera. ¡Qué desilusión! Lo más traumatizante es ver a las personas con máscaras. Sí, con máscaras. Yo también tengo una máscara. Algunas son más atractivas que otras. Los niños también llevan máscaras. Las de ellos son blancas, aunque a veces logro ver una gris o roja, y no sé por qué.
A medida que transcurre el tiempo, me encuentro más confusa y hasta enferma del estómago. Es como si todo me diera vueltas. Las nubes encima de mí no son nubes. Dan la impresión de ser pedazos de alas de avión perdidos en el firmamento. ¡Todo es tan artificial! Es la única explicación que le puedo dar a todo esto. Y no lo estoy soñando. Es muy cierto. La humanidad se ha vuelto cibernética. Es más mecánica que un teléfono celular o un televisor plasma de cuarta dimensión. Nos hemos convertido en multiplicidad plástica y condicionada. Somos desechables. Tenemos fechas de vencimiento estampadas en la frente.
He llegado a la cúspide de la montaña para respirar aire fresco y me encuentro sofocada. Debería sentirme relajada, apartada de la contaminación ambiental. Pero no es así. Las montañas y las montañitas son ahora triángulos pitagóricos, fríamente calculados por un sistema computarizado desde un laboratorio espacial. Las siete maravillas del mundo son ahora siete plantas atómicas listas para detonar en cualquier momento. Esta montaña me ha decepcionado. Mi mundo era todo un aparatoso imago. Triste, comienzo a descender la montaña. Y no me es posible. Una fuerza magnética me lo impide. Mis piernas están encadenadas por cadenas virtuales. Simultáneamente, me empiezo a olvidar de todo. Es como si un virus hubiera corrompido mi disco duro y hubiera borrado todo mi pasado. Las células del cerebro se desprenden con facilidad y se escapan de mi cuerpo al toser o estornudar. Estoy derrotada. Lloro. Tiemblo de coraje y terror. Y me pregunto, ¿adónde hemos llegado? Hemos sido tan prepotentes. Nos hemos convertido en caóticas, empobrecidas almas saturadas de envidia, egoísmo y violencia. De pronto, me desvanezco. Estoy en el suelo. Me acuesto. Al hacerlo, retrocedo a mi niñez; y en una posición fetal me quedo dormida. Ya no despierto.
Días más tarde, una pareja de alpinistas encontró mi cuerpo descompuesto. Me recogieron y metieron en una bolsa negra. Horas más tarde, me encontré seis pies bajo tierra. Llegué a casa.
Cybernetic Mountain
I have reached the summit of the mountain of my dreams and find everything changed. Nothing is as clear as I had imagined. So much effort it took me to get here! And now this. What I used to call trees, here are not trees. They are enormous aluminum poles. My lovely nightingales and hummingbirds are nothing more than mini robots flying high, controlled by remote control. The green and dense plain is a kind of green and yellowish, synthetic and rough carpet. What a disappointment! The most traumatizing thing is to see people with masks. Yes, with masks. I also have a mask. Some are more attractive than others. The children also wear masks. Theirs are white, though sometimes I manage to see a gray or red one, and I don’t know why.
As time goes by, I find myself more confused and even sick to my stomach. It’s as if everything is spinning. The clouds above me are not clouds. They give the impression of being pieces of airplane wings lost in the sky. Everything is so artificial! It’s the only explanation I can give to all of this. And I’m not dreaming. It is very real. Humanity has become cybernetic. It is more mechanical than a cell phone or a fourth-dimension plasma TV. We have become plastic and conditioned multiplicities. We are disposable. We have expiration dates stamped on our foreheads.
I have reached the summit of the mountain to breathe fresh air and I find myself suffocating. I should feel relaxed, away from environmental pollution. But it is not so. The mountains and the little hills are now Pythagorean triangles, coldly calculated by a computerized system from a space laboratory. The seven wonders of the world are now seven atomic plants ready to detonate at any moment. This mountain has disappointed me. My world was an elaborate illusion. Sadly, I begin to descend the mountain. And I can’t. A magnetic force prevents me. My legs are chained by virtual chains. Simultaneously, I start to forget everything. It’s as if a virus corrupted my hard drive and erased all my past. The brain cells detach easily and escape from my body when I cough or sneeze. I am defeated. I cry. I tremble with anger and terror. And I wonder, where have we come to? We have been so arrogant. We have become chaotic, impoverished souls saturated with envy, selfishness, and violence. Suddenly, I faint. I am on the ground. I lie down. As I do, I go back to my childhood; and in a fetal position, I fall asleep. I no longer wake up.
Days later, a couple of mountaineers found my decomposed body. They picked me up and put me in a black bag. Hours later, I found myself six feet underground. I had come home.
