Camila fue mi estudiante en la escuela rural “Flor del Pito”, en Jutiapa, Guatemala. Muy eficiente en todo, excepto en el trato con los chicos de la clase. Es posible que haya intentado acercarse a ellos; sin embargo, era obvio que ningún chico quería tener amistad con ella. En mi rol de maestra, hice todo lo posible para fomentar la amistad, o al menos, la cordialidad.

Un día, mientras revisaba el archivo de uno de mis estudiantes en la oficina de consejería, sentí curiosidad por buscar el archivo de Camila. Quería saber un poco más sobre ella. De dónde venía, algún dato que explicara su comportamiento distante y el motivo por el que los otros estudiantes la mantenían a distancia. Fui a la sección del apellido Argueta, pero no lo encontré. Volví a revisar, pensando que podría haberlo pasado por alto. También busqué en otras secciones cercanas. “Tal vez alguien lo archivó en otro lugar”, pensé. Pero la realidad es que no estaba allí. Me dirigí a la Sra. Gómez, la secretaria de la oficina, y le comenté que no encontraba el archivo de Camila Argueta. Vi una reacción de alarma en su rostro de inmediato.

—Ese archivo está prohibido para todo el personal de la escuela —me contestó rápidamente. Perturbada por su reacción, le expliqué que me preocupaba el comportamiento de la estudiante y que por eso quería buscar más información sobre ella. Quería ayudarla. La Sra. Gómez me escuchaba y temblaba. Con voz temblorosa, me pidió que no hiciera más preguntas sobre la chica.

—Por su bien, no pregunte más, señorita Castillo —me respondió. Confundida y desconcertada, salí de la oficina. Ahora más que nunca, investigaría acerca de mi estudiante.

Esa noche no pude dormir. Docenas de preguntas invadían mi mente. ¿Quién era Camila? ¿Por qué se comportaba así? ¿Cuál era su origen? ¿Qué evento tan terrible la había traumatizado de esa manera? ¿Por qué los chicos no querían socializar con ella?

Al día siguiente, decidí interrogar a Sussy, una de las chicas de la clase que parecía tener más temor hacia Camila. Le pedí que viniera a mi escritorio mientras los demás trabajaban en una tarea escrita. Fui directa al grano. Con mucha cautela, expresé mi preocupación por Camila. Sin embargo, Sussy reaccionó igual que la secretaria. Me contó que estaba prohibido interactuar con ella, y mucho menos decir por qué. Ante su respuesta, le dije que necesitaba saber lo que estaba ocurriendo. Sussy sabía que yo era nueva en la escuela y en la ciudad. Le expliqué que no era justo no saber la razón de tal comportamiento, siendo yo la maestra. Con mucho respeto, regresó a su pupitre. Me quedé más desconcertada que nunca.

Al día siguiente, Camila no llegó a la escuela. Más tarde me enteré por qué. Había desaparecido. Antes de irse, había dejado una nota preocupante. Jamás regresaría. Jamás nadie la encontraría. La noticia me devastó. Si tan solo hubiera hecho algo mucho antes para ayudarla. Pero no lo hice. Ahora era demasiado tarde para lamentarse. Esa misma tarde encontraron su cuerpo sin vida flotando en el lago Camote. Esa noche, y muchas más, no pude conciliar el sueño. Al cerrar los ojos, veía el rostro triste de Camila, su mirada penetrante hacia mí, su maestra favorita. Después me enteré de todo. Pero le fallé. Si tan solo… si tan solo…

Camila

Camila was my student at the rural school “Flor del Pito” in Jutiapa, Guatemala. Very efficient in everything, except in dealing with her classmates in the class. It’s possible she tried to approach them; however, it was obvious that none of the boys and girls wanted to be friends with her. In my role as a teacher, I did everything possible to foster friendship, or at least cordiality.

One day, while reviewing the file of one of my students in the counseling office, I became curious and searched for Camila’s file. I wanted to know a little more about her. Where she came from, some information that explained her distant behavior and why the other students kept their distance from her. I went to the Argueta surname section, but I didn’t find it. I checked again, thinking I might have overlooked it. I also searched in nearby sections. “Maybe someone filed it somewhere else,” I thought. But the reality was it wasn’t there. I approached Mrs. Gomez, the office secretary, and told her I couldn’t find Camila Argueta’s file. I immediately saw an alarmed reaction on her face.

“That file is prohibited for all school staff,” she quickly replied. Disturbed by her reaction, I explained that I was concerned about the student’s behavior and that’s why I wanted to find more information about her. I wanted to help her. Mrs. Gomez listened to me, trembling. With a trembling voice, she asked me not to ask any more questions about the girl.

“For your own good, don’t ask any more, Miss Castillo,” she replied. Confused and bewildered, I left the office. Now more than ever, I would investigate about my student.

That night I couldn’t sleep. Dozens of questions invaded my mind. Who was Camila? Why was she behaving like that? What was her background? What terrible event had traumatized her in such a way? Why didn’t the kids want to socialize with her?

The next day, I decided to interrogate Sussy, one of the girls in the class who seemed to be most afraid of Camila. I asked her to come to my desk while the others worked on a written assignment. I went straight to the point. With great caution, I expressed my concern for Camila. However, Sussy reacted like the secretary. She told me it was forbidden to interact with her, much less to say why. In response, I told her I needed to know what was going on. Sussy knew I was new to the school and the city. I explained that it wasn’t fair not to know the reason for such behavior, especially since I was the teacher. With great respect, she returned to her desk. I was more puzzled than ever.

The next day, Camila didn’t come to school. Later I found out why. She had disappeared. Before leaving, she had left a disturbing note. She would never return. No one would ever find her. The news devastated me. If only I had done something sooner to help her. But I didn’t. Now it was too late to regret. That same afternoon they found her lifeless body floating in Lake Camote. That night, and many more, I couldn’t sleep. When I closed my eyes, I saw Camila’s sad face, her penetrating gaze at me, her favorite teacher. Later, I found out everything. But I failed her. If only… if only…