Cinco décadas deslizan la montaña de mis años. Y no siento tristeza o aflicción por ello, ya que cada segundo vivido, tuvo su propósito. Malo o bueno fue porque así lo quise. Aún cuando inmadura acepté un mal consejo, nadie me puso el cuchillo en el cuello. Considero que todo es parte del paquete de la inocencia, adolescencia e imprudencia. Ahora, observando esa montaña, sonrío. Me doy la vuelta, y prosigo la vereda del presente. A vivir quizás otras cinco décadas, con una sonrisa brillante y una sabiduría de Sócrates estampada en la frente.

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