El saber menos nos mantiene cerca a todo lo que creemos verdad, así vivamos contentos encerrados en una mentira. Tan pronto comenzamos a saber, nos vamos alejando de todo aquello inculcado en nuestro núcleo familiar, religioso y social. Todo aquel o aquello que enseña, sin querer deposita en el estudiante curioso y virtuoso, la semilla reproductora de la duda. El “¿por qué?” desmorona todo. El cuestionar todo nos transporta a dimensiones inimaginables. Al hacerlo, se pierde la ingenuidad y nos volvemos seres individuales y pensantes. Allí, germina un nuevo génesis. Y se repite el ciclo vicioso de la vida. Sin ello, no hubiese sido posible tanta innovación o teorías que, en un principio fueron consideradas ridículas; más tarde, brillantes. El saber menos nos mantiene adheridos a lo familiar. Somos co-dependientes de chantajes emocionales y de sectas religiosas que juran ser el camino a nuestra salvación, si el libre albedrío se estableció desde un principio. La supremacía de los fuertes se ha encargado de robarnos ese derecho. El saber menos es el documento de identidad del mediocre, y su excusa a serlo. Cada uno de nosotros poseemos un génesis, es cuestión de encontrarlo, nutrirlo y dejarlo volar libremente en la faz de la tierra. Siempre, claro, al lado del Creador.
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