Cuántas veces llegamos a un lugar y nuestros ojos se dirigen hacia lo más curioso… Hacia lo que está al frente… Hacia aquello que es intrigante… Hacia una persona atractiva o menos atractiva, por ejemplo… Hacia los zapatos de la chica que acaba de entrar o hacia el señor que se agachó y se le cayeron todas las monedas del bolsillo al piso. Pero, ¿cuántas veces nuestros ojos se dirigen hacia el techo del local? Hacia la telaraña que cuelga triunfante… Hacia la estructura arquitectónica que sostiene ese techo… Hacia la lámpara o el foco que alumbrará esa noche.

Ayer, mientras esperaba una hamburguesa y unas papas fritas en un restaurante, me dio por observar ese techo tan industrial y moderno que me arropaba omnipotente. Y es que siempre me ha gustado mirar hacia arriba. Casi nunca observo a las personas que me rodean. ¿Será que no me importan? No es eso. La respuesta está en esos techos. Los encuentro más interesantes que a la misma gente. Es que cada techo encierra un misterio. Hay techos de estructura plana, por ejemplo. Hay otros triangulares. Hay alguno que parece un trapecio. ¡Son maravillosos! Y casi siempre pienso en Antonio Gaudí. El genio español de la arquitectura. Al que llaman “el arquitecto de Dios”. Gaudí fue un fenómeno terrenal. Su arquitectura sobrepasa la imaginación humana. La Sagrada Familia es prueba de ello. No importa qué parte de este monumental se observe, la presencia de él está presente. En cada piedra, en cada detalle esculpido. Y al mirar hacia arriba. Hacia su techo. De inmediato nos olvidamos dónde nos encontramos. Los ojos se vuelven dementes ante tal inigualable maravilla. Los ojos quieren verlo todo y no pueden. Es mágico. Inolvidable.

Y ayer, al observar el techo de este restaurante, me cautivó su sencillez que tuve que tomarle una foto. ¿Estaré loca? No. ¿Habré estado aburrida? No. ¿Habré querido ejercitar mi cuello? No. Es que sentí ese techo arropar mi cuerpo. Sus líneas geométricas me recordaron mis clases de geometría y trigonometría en la universidad. Al mismo tiempo encontré arte. ¡Sí! Arte. Un arte reflejando las líneas geométricas del cubismo de Picasso. En resumen, ese techo fue mi enfoque magistral para escribir estas líneas.

 

View Above

How many times do we arrive at a place and our eyes are drawn to the most curious thing… To what’s in front… To what’s intriguing… To an attractive or less attractive person, for example… To the shoes of the girl who just walked in or to the man who bent down and dropped all his coins from his pocket to the floor. But how many times do our eyes turn to the ceiling of the place? To the triumphant hanging cobweb… To the architectural structure holding up that ceiling… To the lamp or lightbulb that will illuminate the night.

Yesterday, while waiting for a burger and fries at a restaurant, I felt like observing that industrial and modern ceiling that omnipotently enveloped me. And it’s because I’ve always enjoyed looking up. I hardly ever notice the people around me. Could it be that I don’t care? It’s not that. The answer lies in those ceilings. I find them more interesting than the people themselves. It’s that every ceiling hides a mystery. There are ceilings with flat structures, for example. There are others triangular. There’s even one that looks like a trapezoid. They’re wonderful! And I almost always think of Antoni Gaudí. The Spanish genius of architecture. Known as “the architect of God”. Gaudí was a terrestrial phenomenon. His architecture surpasses human imagination. The Sagrada Familia is proof of this. No matter which part of this monumental structure you observe, his presence is there. In every stone, in every sculpted detail. And when you look up. At its ceiling. We immediately forget where we are. Our eyes go crazy before such an incomparable wonder. Our eyes want to see it all and they can’t. It’s magical. Unforgettable.

Yesterday, as I observed the ceiling of this restaurant, I was so captivated by its simplicity that I had to take a photo of it. Am I crazy? No. Was I bored? No. Did I want to exercise my neck? No. It’s just that I felt that ceiling enveloping my body. Its geometric lines reminded me of my geometry and trigonometry classes in college. At the same time, I found art. Yes! Art. An art reflecting the geometric lines of Picasso’s cubism. In short, that ceiling was my masterful focus for writing these lines.