Suena la alarma temprano en la mañana, solo para avisarme que es hora de emprender un nuevo día. Y comienza la rutina diaria, esa que no se puede olvidar. Un desayuno deprisa, y a la calle. Rumbo al trabajo. El tráfico ni se siente. Y al poner pie en el edificio, todo lo vivido queda en el pasado porque, la realidad me grita que reaccione y prosiga. Suena la campana y me transformo en la maestra maravilla. En la que lo sabe todo y, no sabe nada. Minuto a minuto llegan las horas, y el espíritu agotado tiembla de asfixia retenida en los pulmones. Ya es hora de volver a casa, a descansar, a corregir papeles, a preparar lecciones, a mirar la tele mientras se lee un poco. Hasta quedar profundamente dormida, y que suene la alarma el siguiente día.
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